Las imágenes, o los modos de imaginar, contribuyen de forma activa a construir los paisajes. Impulsan un proceso asociativo que confiere a los paisajes múltiples dimensiones más allá de la material. Pero en la actualidad el rol mediador de la representación es cuestionado y se consolidan líneas de investigación post-representacionales o no-representacionales. ¿Cómo podemos aproximarnos hoy a la relación intrínseca, y siempre bidireccional, entre representación y paisaje?
En los albores del cambio de milenio, la revolución digital propulsada por Internet trajo consigo un cambio tan significativo en la experiencia estética que está obligando a redefinir nuestra relación con las imágenes.1 Se trata de una transformación que todavía continúa, por lo que debemos afrontar, comprender y reaccionar a sus efectos desconociendo su alcance real.2 Recibimos innumerables imágenes cada día; imágenes e imaginarios que, con la misma rapidez que vienen, se van. Y relacionarnos con este torrente de interacciones visuales y perceptivas es un reto estético hasta ahora inexplorado,3 con implicaciones decisivas para el paisaje y el patrimonio en cuanto al sentido del lugar.4
En la actualidad, incluso las ciencias naturales aceptan que el paisaje es una construcción cultural indisociable de sus múltiples representaciones. En consecuencia, para examinar la dimensión estética del paisaje asociada a nuestra percepción, interpretación y significación es relevante cuestionar lo que la representación hace al paisaje.5 Por ello desde el siglo pasado tanto los estudios culturales como los estudios de cultura visual han examinado las imágenes como mediadoras del mundo percibido.6 Este pensamiento ha evolucionado hasta plantear que el lugar y sus representaciones se actualizan siempre en base a lo contingente.7 Pero también hacia posturas que priman la sensación de la percepción inmediata frente a la percepción mediada.8 El giro digital y los nuevos medios para recibir, ver, procesar y enviar imágenes han contribuido irremediablemente a desestabilizar lo hasta ahora aprendido.9
Por todo ello, resulta oportuno repensar la relación entre imagen, paisaje, patrimonio y representación. Se ha de indagar en qué nuevas imágenes están reemplazando a las de la vieja dispensa; es decir, cuál es repertorio visual y narrativo del paisaje contemporáneo.10 Asimismo, se ha de cuestionar cómo podemos comprender hoy la iconografía de un paisaje y su peso en la percepción colectiva. En un momento de tan profundos cambios afectivos en la percepción de nuestro entorno ―que acompañan o no a los cambios materiales―, saber qué imágenes otorgan identidad y carácter significativo al paisaje se antoja como un reto. Esta es una exploración bidireccional que comprende tanto la manera en que se imaginan hoy los lugares como el rol activo de la representación en tanto agente que construye lugar.